viernes, 14 de enero de 2011

Añoranza

En cuanto mi dedo presionó el obturador de la cámara el gato huyó. Había posado tranquilamente sin inmutarse, dejando que me acercara a pocos centímetros de él, permitiéndome tomar un primer plano de su rostro gatuno. Previsualicé la fotografía en la diminuta pantalla lcd de la cámara. Realicé un zoom y así pude observar las cicatrices que cruzaban su cara. Uno de sus ojos tenia un color diferente, posiblemente una vieja herida de guerra. Era, sin duda, un gato criado en las calles. Un gato duro que se había acostumbrado a vivir sin comodidades.
Hace tiempo que no me cruzo con él.
Imagino que vaga sin rumbo, sacando sus zarpas para luchar por una raspa de pescado o rasgando bolsas de basura para encontrar algo que llevarse al gaznate.
Seguramente camina por tejados resbaladizos, regados por el relente de las noches calmadas. Solitario pero erguido mostrando con orgullo sus cicatrices.
Se que le va bien. Aún así, cuando paso por delante de aquella sucursal de banco y no le veo acurrucado observando a los transeúntes, le echo de menos.

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